Las Meditaciones del Papa Francisco para el Vía Crucis sobre la Oración de Jesús
“Señor Jesús, al mirar tu cruz comprendemos tu entrega total por nosotros. Te consagramos y ofrecemos este tiempo. Queremos pasarlo junto a ti, que rezaste desde el Getsemaní hasta el Calvario. En el Año de la oración nos unimos a tu camino orante”. Así comienzan las meditaciones escritas por el Papa Francisco para el Vía Crucis del Viernes Santo 2024 en el Coliseo. Un camino, junto a Jesús a lo largo de la vía dolorosa, que el Santo Padre ha querido acompañar con textos de reflexión relacionados con el estilo de la oración del Señor, en este Año de preparación para el Jubileo en el que los cristianos están llamados a redescubrir la autenticidad de su propia relación con el Señor.
La oración de Jesús es ante todo “diálogo e intimidad”, escribe el Papa. En la escuela de Dios hecho carne, cada hombre y cada mujer aprende a encontrar auténticamente al Señor. En la primera estación, con la condena a muerte de Jesús, es su “silencio” el que habla de su relación íntima con el Padre: “tu silencio me estremece, me enseña que la oración no nace de los labios que se mueven, sino de un corazón que sabe escuchar. Porque rezar es hacerse dócil a tu Palabra, es adorar tu presencia”. Es una oración de pura confianza de Cristo, que aplastado por el peso de la cruz, imagina el Papa, repite en el corazón: “Padre, que estás en el cielo”.
Observar también la oración de María, que camina detrás de su Hijo hasta verlo levantado en la cruz, ayuda a los creyentes a aumentar su fe. La de la Virgen, recuerda el Santo Padre, es una oración rica en “memoria”. “Sin embargo, me doy cuenta - escribe el Papa Francisco - de que mi oración es pobre en memoria: es rápida, apresurada; con una lista de necesidades para hoy y mañana. María, detén mi carrera, ayúdame a hacer memoria: a custodiar la gracia, a recordar el perdón y las maravillas de Dios, a reavivar el primer amor, a saborear de nuevo las maravillas de la providencia, a llorar de gratitud”. Del mismo modo, la figura de Simón de Cirene nos empuja a reconocernos necesitados de la ayuda de Dios y de los demás. “No es fácil confiar, y menos aún abandonarse. En cambio, quien reza es porque está necesitado, y tú, Jesús, estás acostumbrado a abandonarte en la oración. Por eso no desdeñas la ayuda del Cirineo. Le muestras tus fragilidades a un hombre sencillo, a un campesino que vuelve del campo. Gracias porque, al dejarte ayudar en tu necesidad, borras la imagen de un dios invulnerable y lejano. Tú no te muestras imbatible en el poder, sino invencible en el amor”.
Las mujeres que siguen a Jesús a lo largo del Calvario saben orar llorando, saben conmoverse profundamente por el dolor del Maestro. “¿Acaso mi oración sabe llorar? ¿Me conmuevo ante ti, crucificado por mí, ante tu amor bondadoso y herido? ¿Lloro por mis falsedades y mi inconstancia? Ante las tragedias del mundo, ¿mi corazón permanece frío o se conmueve? ¿Cómo reacciono ante la locura de la guerra, ante los rostros de los niños que ya no saben sonreír, ante sus madres que los ven desnutridos y hambrientos sin tener siquiera más lágrimas que derramar? Tú, Jesús, has llorado por Jerusalén, has llorado por la dureza de nuestros corazones. Sacúdeme por dentro, dame la gracia de llorar rezando y de rezar llorando”.
En la cima del Gólgota, clavado en la cruz y en el culmen de la Pasión, la oración de Jesús se convierte primero en oración de intercesión, y luego en grito y abandono total a la voluntad del Padre. “Señor, no te basta con perdonarnos, sino también nos justificas ante el Padre: no saben lo que hacen. Tomas nuestra defensa, te haces nuestro abogado, intercedes por nosotros”, recuerda el Papa. Luego, antes de morir, la “oración inaudita”: “clamas al Padre tu abandono. Tú, Dios del cielo, que no replicas estruendosamente ninguna respuesta, sino que preguntas ¿por qué? En el ápice de la Pasión experimentas el alejamiento del Padre y ya ni siquiera le llamas Padre, como haces siempre, sino Dios, como si fueras incapaz de identificar su rostro. ¿Por qué? Para sumergirte hasta el fondo del abismo de nuestro dolor”.
El último personaje que el Papa Francisco pone en el centro es José de Arimatea, a quien llama “el profeta del valor intrépido”. Su oración, que consigue obtener de Pilato el cuerpo de Cristo, es “persistente” y “a las palabras siguen los hechos”. “José, recuérdanos que la oración perseverante da fruto y atraviesa incluso las tinieblas de la muerte; que el amor no se queda sin respuesta, sino que regala nuevos comienzos. Tu sepulcro, que -único en la historia- será fuente de vida, era nuevo, recién labrado en la roca”.