El Cristo de San Juan de la Cruz de Salvador Dalí está vinculado, como su propio título sugiere, al místico San Juan de la Cruz y a la reliquia, conservada en el Monasterio de la Encarnación de Ávila, del dibujo del místico, realizado entre 1574 y 1577 tras un éxtasis en el que el santo vio el Crucifijo. En el único dibujo del santo carmelita español, él transmite el recuerdo de cómo se le mostró el Señor, en esa perspectiva desde lo alto, tan insólita que impresionó inmediatamente a Salvador Dalí. Corrían los días posteriores a la Navidad de 1948, de regreso de Italia, cuando el artista quiso emprender un viaje al interior de Castilla y León, visitando aquel monasterio donde, además de San Juan de la Cruz, también Santa Teresa de Jesús había vivido experiencias místicas más asombrosas que el mismo surrealismo. Dalí quedó tan impresionado que se sintió impulsado a establecer una amistad con el padre carmelita Bruno de Jésus-Marie, visitándolo frecuentemente en París, para descubrir, gracias a sus estudios, el camino de la Noche Oscura del amor, que San Juan de la Cruz describe en sus textos como el camino más directo que un alma puede seguir para alcanzar la perfecta unión con Dios.
Juan de la Cruz, cuyo nombre de pila era Juan de Yepes Álvarez, nació el 24 de junio de 1542, hijo de un matrimonio muy pobre de Castilla la Vieja, cerca de Ávila. Tenía dieciocho años y salía del Colegio de los Jesuitas de Medina del Campo, donde había estudiado ciencias humanas, retórica y lenguas clásicas cuando corría el año 1563. Enseguida se dio el encuentro con Teresa de Jesús que cambio la vida de ambos. Juan la conoció de sacerdote y enseguida fue involucrado y fascinado por su plan de reforma del Carmelo, también en la rama masculina de la Orden. Trabajaron juntos compartiendo ideales y propuestas y juntos inauguraron la primera casa de Carmelitas Descalzos, en 1568, en Duruelo, en la provincia de Ávila. Fue en esa ocasión que, formando junto a otros la primera comunidad masculina reformada, San Juan adoptó el nuevo nombre, “de la Cruz”, con el cual será conocido universalmente. Hacia finales de 1572, por pedido de Santa Teresa, Juan de la Cruz se hizo confesor y vicario del monasterio de la Encarnación de Ávila, donde la Santa era priora. Pero no todo fue fácil: la adhesión a la reforma implicó al Santo la encarcelación por diversos meses a causa de acusaciones injustas. Logró escapar de modo intrépido, gracias a la ayuda de Santa Teresa, y después de haber recuperado las fuerzas, inició un largo camino de encargos hasta su muerte, después de una larga enfermedad y enormes sufrimientos.
San Juan se despidió de sus hermanos mientras recitaban el Oficio matutino en un convento cerca de Jaén, entre el 13 y 14 de diciembre de 1591. Sus últimas palabras fueron: “Hoy voy a cantar el Oficio en el cielo”. Es uno de los más importantes poetas líricos de la literatura española y en su vasta y profunda doctrina, describe un camino seguro para alcanzar la santidad, el estado de perfección a la cual Dios nos llama a todos nosotros. El Santo español imaginaba este camino como subir una montaña, a lo largo de la cual el hombre debe afrontar con valentía y paciencia una “purificación” profunda de los sentidos y del espíritu, como atravesando una noche para llegar a amar a Dios como centro y fin de la vida. Una de sus frases más celebres al respecto es: “Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada”.