«Precisamente porque he pasado por el cubismo y el surrealismo, mi Cristo no se asemeja a los demás, sin dejar de ser clásico. Creo que es, al mismo tiempo, el menos expresionista de todos los que han sido pintados en el arte contemporáneo y el más innovador. Es un Cristo hermoso como el Dios que Él es». El Cristo de Salvador Dalí, de 1951, es una de las obras maestras más importantes de todos los tiempos. Este óleo sitúa al pintor en un momento muy especial de su carrera artística, a finales de los años 40, en plena reformulación de su pensamiento, y marca el inicio de un nuevo período, el de la mística nuclear, en el cual Dalí combina su interés por la física y el Renacimiento italiano con la religión y la espiritualidad católica, y cuyo texto fundacional es el Manifiesto Místico del mismo año 1951. Tras un tiempo en el que el artista se había alejado de la fe recibida a través de su madre, los acontecimientos de la Guerra Civil en España, junto con los descubrimientos de la física cuántica y una evaluación crítica de la deriva expresionista y trágica de gran parte del arte contemporáneo, llevaron a Dalí a reabrir su corazón a Jesucristo y al Catolicismo, con la certeza de que la nueva ciencia manifiesta la inteligencia del Creador y la tensión de la materia física hacia la vida del Espíritu, y que sólo en Cristo se da al hombre náufrago un puerto de salvación.
En el cuadro de Dalí encontramos de manera inconfundible el paisaje de Port Lligat, en la parte inferior, con las sugestivas rocas del Cap de Creus y con la tonalidad del agua y el cielo de un azul tan intenso que contrasta vigorosamente con la oscuridad de la parte superior, acentuando la atmósfera dramática de la obra. Simbólicamente, se evocan las tinieblas que envolvieron a Jerusalén tras la muerte de Cristo y la oscuridad original del comienzo de la Creación del mundo, cuando, según el libro bíblico del Génesis, el Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. El mundo entero se convierte en Port Lligat. Y al mismo tiempo, ese es el Mar de Galilea, donde comenzó la aventura de Jesús de Nazaret con la llamada de sus primeros apóstoles, a quienes encontró junto a sus dos barcas amarradas. Una isla a lo lejos delinea en sus crestas escabrosas el perfil de Dalí, que contempla a Cristo. Una sensación de misterio se nos transmite a través de la perspectiva elegida para el Crucifijo, inscrito en un triángulo equilátero y representado por el zenit: así, el rostro de Cristo está más allá de toda imaginación, hasta el punto de que ni siquiera podemos saber si sobre el madero de la cruz todavía está vivo o ya ha expirado. Y, sin embargo, aparece en plena evidencia la belleza apolínea del cuerpo del Salvador, que se adhiere a la cruz sin que ningún clavo fije aquellos miembros en el patíbulo. El mensaje es conmovedor: Él se ofrece voluntariamente, por una libre elección de amor.
«La Cesta de pan», de 1945, es un excelente ejemplo del período clásico de Dalí, que comenzó en 1941. Esta pintura puede asociarse idealmente al Cristo, en un diálogo que va mucho más allá de las cuestiones relacionadas con la técnica pictórica, como explicó el artista en 1952: «Desde el punto de vista del estilo y de la técnica artística, he pintado mi Cristo de San Juan de la Cruz de la misma manera que pinté mi Cesta de pan, que ya entonces, más o menos inconscientemente, representaba para mí la Eucaristía».